Girar al Sol
“A todas
aquellas personas que frenan antes de
llegar al borde del abismo pensando que pueden perder el último aliento de su
vida…”
Hubo un día en que
me preguntaste…qué piensas de mi y no supe que contestar. Hasta que la
impotencia de no deber poseer lo que ansías te sacó de tus casillas y mostraste
tu verdadero Yo. Una niña, que quedó anclada en la juventud más primaria, como
las flores cuando crecen en primavera. Con su color más fuerte, llena de hojas
esperanza, de eróticos movimientos al compás del viento, plena de vida, de elegancia, de poder, de tallo erguido, de
fuerza, de valor, dieciséis años. Y maduró en cautividad, como lo hacen las
sirenas en las piscifactorías o el lince en las tierras acotadas por el hombre,
como las ballenas en la Antártida con el
pánico de ser alcanzadas por la punta afilada del arpón, felices en la
normalidad de una infelicidad para otra parte del mundo, sin haber conocido más
camino que el trazado por el azar, por el momento, porque así era la norma, lo
establecido, lo soñado, lo correcto.
Te miré, pero no te
vi, te sonreí, pero no te sentí, te deseé pero no te amé. Ahora miro el álbum
de fotos y te veo en cada lugar sin tan
siquiera haberme percatado de tu silenciosa presencia. Sin darte a notar, a
conocer, distante pero no indiferente a mis sentidos. Mi girasol entre
amapolas, mi amarillo entre rojo, mi luz entre las nubes, mi brillo en medio de
la pasión encendida de las flores del sueño, tú que siempre miras al este,
fija, decidida, porque nunca le fallas y le giras, como a tus valores fijos y
anclados desde la distancia de tu pubertad, como está estipulado, como nos han
enseñado, como fuimos bendecidos. Obediente al Sol, a satisfacerle, a
concederle tus inclinaciones a lo largo del día. Pero Dios creó la oscuridad y
con ella la noche. Y las amapolas
merodean en la nocturnidad cual salvajes sin miedo pero aterradas a lo que
pueda acontecer sin previo aviso, porque les encanta controlarlo todo. Ellas
son consideradas malas hierbas, erguidas, egoístas, somnolientas, son droga,
paranoia, magia, desdicha, locura, sinrazón…Y apareciste tú.
¿Cómo pudo aquel
girasol quedarse sin cortar aquella cosecha? Por primera vez quedó intacto tras
pasar el frío acero de la segadora y quedó junto a la amapola que decidió protegerlo
el resto del invierno. Aunque él no podría imaginar que una flor tan frágil al
tacto pudiera envolverlo de tanta fuerza.
Una noche el
girasol le pidió a la amapola ser amigos, y ésta sin pensar, aceptó acogerlo en
su vida, en la soledad que había quedado después de que el resto del cultivo quedase
simplificado a semillas en los almacenes del campo, en lugares lúgubres donde
eran despojados, él no se dejó. Al comienzo de su amistad no se entendieron,
los dos tenían el mismo objetivo, embelesar al otro con sus cualidades, con
superar las expectativas de su especie, aunque no lo mostraran, querían quedar
uno por encima del otro defendiendo su causa; venían de mundos totalmente
diferentes. El girasol debía estar ahí porque así estaba previsto, la amapola
nació al azar, salteada entre los cultivos, sin pedir permiso de residencia y
eso en convivencia se llama proceso de adaptación.
Una lucha poco inteligente, que solo les robó fuerzas y
energías, que les quitó tiempo de conocerse, de reír, de sentirse pero que era
lo mejor para esconder lo que verdaderamente sentían el uno por el otro. De
todas formas, era una locura ir de la mano de una amapola, pensaba el girasol.
Y quizá el error fue decidir por ella y no por él mismo, al girasol le encantaba
controlarlo todo.
La amapola se
acostumbró tanto a su presencia que cuando el girasol se inclinaba en la
nocturnidad, ella deambulaba despierta soñando con hacerle el amor. A veces
intentaba luchar contra el sueño para permanecer despierta hasta el alba y así
poder contemplar su despertar mirando con el verde de sus ojos al sol. Se
volvió loca. Lo veía acariciando sus pétalos desnudos en la humedad que traía
el atardecer, tiñéndola con su polen amarillo hasta lo más adentro de su ser.
Lo sentía, tanto, que se mojaba sola por el éxtasis que le producía imaginarlo
y simulaba campos de rocío a las claras del día. Lo poseyó en sus sueños más
recónditos, le hizo el amor tantas veces que le contagió de locura, de sueños,
de ilusiones…y fue tan intenso lo que el girasol llegó a sentir por la amapola,
que por mantener su estatus en el campo cargó contra ella la ira que le
producía el pecado que significaba en su especie tenerla para sí. No podía ser,
se repetía. No puedo amar a alguien que no sea como yo, así que se entretuvo en
sacarle fallos que ni él era capaz de creer que tenía. Hasta que un día le hizo daño, por el simple hecho de apartarla de su lado, por cobarde, por no
querer vivir el momento que la vida le brindaba, por miedo a perder la cordura
que le habían otorgado los años...
Las amapolas no perecen
en invierno, ni siquiera se sabe a ciencia cierta si llegan a morir o no, pero
vuelven a nacer en el mismo sitio del que desaparecen. Los girasoles son
sembrados, crecen si el hombre acierta en el intento de dejar caer la semilla
en el mismo lugar donde vieron el sol con anterioridad. Simplemente esta
historia fue una casualidad, de esas que no vuelen a pasar, que un girasol
amase a una amapola y que una amapola soñase con tener en sus brazos un girasol
aunque fuera un instante, es sencillamente cosa de locos…aunque creo haberlo
leído en alguna parte…
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