domingo, 19 de octubre de 2014

El trabajo dignifica, si el sistema es digno, claro...




Ya nadie pregunta cómo estás, la cuestión directa es “qué estás haciendo”, una frase que encierra tantas historias como personas que  están en situación de desempleo en este país. Un grupo de palabras que te mortifican ya para el resto del día y que por supuesto se suceden una y otra vez dependiendo del número de conocidos  que te vayan parando por la calle, enviando mensajes al móvil o similares.

¿Qué estás haciendo?, ¿Qué haces ahora? Pregunta estrella de los tiempos que corren; hay veces que ya no sabes qué inventarte porque simplemente no te apetece contestar por milésima vez: buscando trabajo. Cortos diálogos que duran lo que al receptor le interesa psicológicamente dependiendo de quién sea el emisor. No es lo mismo que te atosigue la cotilla del barrio de tu pueblo a que te escriba o te llame una buena amiga o amigo y te pegues horas al teléfono, charlando por internet o delante de un buen café.

A veces me pregunto dónde quedó el ¿cómo estás?, el ¿quieres tomar algo? o tal vez el ansiado ¿quieres que nos veamos el sábado y charlamos un rato?
A los parados de este país no nos importa decir una y mil veces estamos buscando empleo, lo que molesta son las intenciones con las que se pregunte: curiosidad, cotilleo, competencia, mal de muchos consuelos de tontos, etc. etc. etc. No, no me acostumbro a dar explicaciones, no me gustan, así que como todos, intento subsanar la situación sin caer en pesimismos varios del que no llora no mama, del pararme con el empresario de turno y lamentarle mi situación. No, no tengo ganas ni tiempo de contemplaciones, es hora de seguir caminando en el arduo sendero del desamparo social, político y económico al que nos están sometiendo. Y digo están y lo seguiré diciendo porque lo que si tengo claro es que no nos hemos metido solos en esta situación que hace vibrar a todo un país en la desolación y que siguen algunos contestando que <algo ya se va moviendo>, menudos ineptos. Por supuesto no solo sufrimos los que estamos en las largas y negras listas del Inem de nuevo sino que aquel que tenía un puesto “ fijo” sufre recortes desde dentro y fuera de su empresa, ellos son a los que los demás señalan de que “ tienes que darle gracias a Dios” sin dejarles derecho siquiera al patealeo. Conclusión: aquí vamos todos en el mismo lote con mejores o peores condiciones, todos naufragamos a la deriva buscando algo que nos lleve hasta la orilla. Currantes activos o no, tenemos una misión actual, sobrevivir.

Hoy veía en televisión a Pablo Iglesias alzar las manos en alto y comprendía por qué van a arrasar en España. Ya pasó en otros tiempos de la historia, desgraciadamente con la derecha y en otras condiciones democráticas. Podía haber sido otro líder y con otra estrategia política pero ha sido él el que sin duda atrae a masas disconformes y apaleadas de la sociedad en toda su dimensión, sin distinciones de edad ni sexo. Podemos llama a los irresponsables de este país la casta, yo simplemente no les encuentro apelativo. He dejado de creer en la política y en el nuevo nacimiento de “salvadores”, y es que como leí hace poco días en las redes sociales, cambiamos de pastor pero seguimos siendo ovejas. Y no digo que no les vaya a votar, a ellos o a otra fuerza política de izquierdas, siempre bromeo con mi pasado y digo que “fui catequista y del pp y ahora puta y comunista” ( sin strictu sensu) y por supuesto no me avergüenzo, aprendí muy mucho a saber diferenciarme de los demás para construir mi propia personalidad. Pero volviendo a la casta de Iglesias, para mí  no tienen nombre aquellos que te hacen sentir culpable de gastar unos veinte euros en fotocopias de curriculum, datos personales que tienes que resumir para que una empresa te lo recoja, dejando tu formación, por la que tanto has luchado, en la que tanto tiempo y dinero has invertido tú y tus padres en la más mísera de las frases, cuatro siglas y sin especificar, a quién le interesa. No tienen nombre aquellos por los que has recorrido calles andando kilómetros con el callejero buscando dónde pedir una oportunidad, e irte satisfecha a casa porque en dos conocidas cadenas de comida rápida te han recogido la documentación y le han puesto la fecha. ¡¡Qué bien!! ¡¡Hoy ha sido un buen día!

Maldito el momento en el que os sentáis alrededor de una mesa, con vuestros trajes de chaqueta pagados por todos, ataviados con vuestras botellas de mineral para no deshidrataros en charlas de veinte minutos donde firmáis acuerdos a favor de los bancos y de los empresarios. Salvar a los grandes para que se sigan comiendo al pequeño.  Estómagos con desayunos con facturas al Estado y buenos coches blindados, seguridad y primera clase, carteras de piel y corbatas que encierran las marcas de la vergüenza. Esa es la cruda realidad que ya no me atrevo a imaginar que va a cambiar sin que me den arcadas.

Ahora se ha puesto de moda en las entrevistas que aceptes pagarte tu seguro social, que te des de alta como autónomo (soltar dinero para trabajar, qué absurdo) o simplemente se creen que eres omnipotente y que en tres horas al día vas a solucionar los problemas internos de la empresa a los que debes de enfrentarte por el risorio sueldo que te ofrecen. Se permiten además hacer tus propias cuentas personales.

< Mira, creo que con lo que te ofrezco tienes incluso para una habitación de alquiler ya que estarías lejos de casa>. E imaginas tu cara desencajada haciendo números en décimas de segundos pensando si te queda algo para comer o comprarte unos pantalones. Sencillamente, impotencia es lo que te recorre las entrañas con ganas de salir de allí corriendo sin mirar atrás pensando para colmo que creerán que no quieres trabajar porque has rechazado un trabajo ¡oh Dios! Otro trabajo al que digo NO! ¿En qué me estoy convirtiendo? Y te vas a casa sintiéndote culpable por unos días hasta que se te olvida porque nadie te ha llamado reconsiderando la situación y ofreciéndote algo más, ¿por qué? Porque siempre hay alguien detrás que diga que si, si a la explotación laboral, a la pérdida de dignidad o por desgracia alguien que atienda exclusivamente a la desesperación personal por la que atraviesa. Esta situación es la que los políticos llaman “Ya se está moviendo la cosa”: trabajos precarios, entrevistas frustrantes, explotación y vejación laboral, recortes en tu formación para colar en algún puesto temporal, silencios y miedos, desolación y soledad, ansiedad… pero sobre todo lucha y sacrificio que es lo que nos hace más fuerte. Muchos se fueron, tachados de aventureros, otros nos quedamos, ahora nos dirán que no queremos trabajar y que todo se está moviendo porque han inventado las ayudas de empleo a mayores y menores de treinta años. Ayudas que son maquillaje de la realidad, como si solo existieran parados en esos parámetros de edad, que acercándose las elecciones son acogidas de buen grado para olvidar lo que llevamos pasado con un medio sueldecito que llevar a casa. Ayudas para las que hay que reunir unos requisitos mínimos, sobre todo haber estado un año agonizando en el paro, fíjense, a recoger el premio en la meta de los 365 días sin un atisbo de esperanza. ¡¡Llegaron los libertadores!! Como los Magos tirando caramelos que luego nos dejarán el agridulce de vuelve usted a la calle.

Esto no es la solución y lo saben, quién, no lo sé, qué se debe hacer, lo desconozco, yo no promulgo sus puestos de altos cargos, para eso tienen una responsabilidad los políticos de este país, en los que tristemente hemos confiado. Y por supuesto jamás les perdonaré el suplicio de tener que hacer la maleta con el corazón en un puño, dejar parte de tu vida atrás y volver al punto de partida. Eso, no está pagado con nada. Seguid robando ilusiones, sueños y esperanzas, seguid mangando a puño abierto las libertades de los ciudadanos que humildemente se ganan un jornal, seguid poniendo límites a nuestros caminos laborales, esos que no nos dejan crecer profesionalmente, seguid empujándonos de la valla cuando casi alcanzamos un mínimo de bienestar para que caigamos al suelo heridos a la sinrazón…seguid apuñalando nuestras ganas de trabajar sin que nos dejéis avanzar. No vamos a tumbarnos, ni siquiera arrodillarnos. 

Desde donde estemos, desde donde vivamos, desde donde podamos, seremos mejores soldados en esta cruzada en la que nos han metido sin estar entrenados para recorrer el duro campo de batalla. Ahora, es momento de seguir en guardia y seguir formándonos, de alzar los escudos de la sabiduría, de empuñar las lanzas de las letras, esa es la verdadera guerra, la de la cultura y la educación, con ellas podremos cambiar el Mundo, aunque yo no lo vea…







Carpe Diem

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